Cuando
la luz divina creó a los hombres, los dividió en dos grandes grupos: aquellos
alados que nadarían en los aires, y aquellos terrestres sin alas que se
arrastrarían por la Tierra. Los seres alados felices daban vueltas entre las
nubes, gritando, cantando, todos ellos celebrando el milagro de volar, mientras
que los seres terrestres los observaban desde el suelo, molestos.
-
¡¿Por qué, señor, nos has hecho a nosotros tristes en el suelo y a ellos
felices volando por los aires?!
Pero
la luz jamás respondía.
Cada
cierto tiempo, uno de los seres alados por pasarse de listo e intentar
atravesar el cielo era castigado y sus alas se le caían, viéndose forzado a
vivir en el suelo. El nuevo ser intermedio se deprimía en este ambiente, sin
las alas que le garantizaban la felicidad y le dejaban estar con el resto de su
familia voladora.
Sin
embargo, los seres terrestres no tenían lo mismo que los alados, puesto que
estos seres que con sus pies besaban el suelo no podían ser
"bendecidos" y volverse seres alados. Muchos intentaron llegar al
cielo, construyeron múltiples formas que los inspiraban y animaban para seguir
con vida. Era la primera vez que se podían ver felices estos seres.
Pero,
nunca lo lograron. Nunca pudieron ser capaces de elevarse y volar.
Al
tercer año de este juego, uno de los alados, el más feliz del grupo, perdió sus
alas en una injusticia, y cayó en picada a suelo de los terrestres. Al momento
de caer, miró al cielo y le dijo a la Luz:
-
¿Por qué me has hecho esto? Yo era feliz allá arriba.
Pasaron
los días y el alado más feliz pasó a ser el terrestre más triste del
grupo.
En
uno de estos días llegó la lluvia, y tapó la luz. El ex-alado feliz comenzó a
escuchar la lluvia, e intentó seguir el sonido a donde sonaba más fuerte. En un
par de días de caminata, arrastrándose por el suelo, logró llegar a este lugar
que hacía ruido.
Era
agua, una infinidad de agua, hasta donde él podía extender la mirada. El brillo
en su cara apareció nuevamente, y sin dudarlo dos veces se sumergió en este
inmenso mar.
Nuevamente
fue feliz, pues sintió que podía volar en esta infinidad de agua.
Unos
cuantos terrestres que lo habían seguido sintieron lo mismo, y sin dudarlo se
lanzaron al mar, a volar como lo hacían sus compañeros.
No
se necesitan alas para poder volar.
La
felicidad se encuentra donde uno la busca, no donde uno la envidia.
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