jueves, 10 de diciembre de 2015

¿Se necesitan alas para poder volar?

Cuando la luz divina creó a los hombres, los dividió en dos grandes grupos: aquellos alados que nadarían en los aires, y aquellos terrestres sin alas que se arrastrarían por la Tierra. Los seres alados felices daban vueltas entre las nubes, gritando, cantando, todos ellos celebrando el milagro de volar, mientras que los seres terrestres los observaban desde el suelo, molestos.

- ¡¿Por qué, señor, nos has hecho a nosotros tristes en el suelo y a ellos felices volando por los aires?!

Pero la luz jamás respondía. 

Cada cierto tiempo, uno de los seres alados por pasarse de listo e intentar atravesar el cielo era castigado y sus alas se le caían, viéndose forzado a vivir en el suelo. El nuevo ser intermedio se deprimía en este ambiente, sin las alas que le garantizaban la felicidad y le dejaban estar con el resto de su familia voladora.

Sin embargo, los seres terrestres no tenían lo mismo que los alados, puesto que estos seres que con sus pies besaban el suelo no podían ser "bendecidos" y volverse seres alados. Muchos intentaron llegar al cielo, construyeron múltiples formas que los inspiraban y animaban para seguir con vida. Era la primera vez que se podían ver felices estos seres.

Pero, nunca lo lograron. Nunca pudieron ser capaces de elevarse y volar.

Al tercer año de este juego, uno de los alados, el más feliz del grupo, perdió sus alas en una injusticia, y cayó en picada a suelo de los terrestres. Al momento de caer, miró al cielo y le dijo a la Luz:

- ¿Por qué me has hecho esto? Yo era feliz allá arriba.

Pasaron los días y el alado más feliz pasó a ser el terrestre más triste del grupo. 

En uno de estos días llegó la lluvia, y tapó la luz. El ex-alado feliz comenzó a escuchar la lluvia, e intentó seguir el sonido a donde sonaba más fuerte. En un par de días de caminata, arrastrándose por el suelo, logró llegar a este lugar que hacía ruido.

Era agua, una infinidad de agua, hasta donde él podía extender la mirada. El brillo en su cara apareció nuevamente, y sin dudarlo dos veces se sumergió en este inmenso mar.

Nuevamente fue feliz, pues sintió que podía volar en esta infinidad de agua.

Unos cuantos terrestres que lo habían seguido sintieron lo mismo, y sin dudarlo se lanzaron al mar, a volar como lo hacían sus compañeros.

No se necesitan alas para poder volar. 

La felicidad se encuentra donde uno la busca, no donde uno la envidia.

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